Érase una vez una empresa de producción en la que sólo trabajaban dos personas: un operario y un jefe. La única comunicación entre el jefe y el operario eran órdenes de trabajo. El jefe decidía cuál sería la producción, escribía las órdenes de trabajo y las mandaba al operario. El operario era un buen trabajador. En los muchos años que llevaba trabajando en esa empresa, los clientes nunca se quejaron; la producción siempre había sido suficiente.
En algún momento algo cambió. Unos dicen que el operario se volvió vago y que el jefe empezó a mandar más órdenes de producción para contrarrestar. Otros dicen que el jefe se volvió ambicioso, mandando más órdenes de trabajo, y el operario respondió produciendo sólo lo necesario, ignorando el exceso de órdenes de trabajo. Lo que sí sabemos es que cada día había más órdenes de trabajo que lo que se producía. Y también sabemos que el operario siempre producía suficiente para los clientes.
Un día, el jefe invitó a la empresa a un amigo consultor que se dedicaba a ayudar a empresas con problemas. Quizá porque era amigo del jefe o quizá porque siempre trabajaba de esta manera, el consultor sólo consultó con el jefe, no necesitó hablar con el operario. Su conclusión fue que el operario era un vago y que si querían mantener la producción tendrían que subcontratar a otra empresa para cubrir parte de la producción.
Seis meses después, el consultor volvió a la empresa. Aunque la empresa subcontratada cubría parte de la producción, la producción seguía siendo justo la necesaria para cubrir la demanda de los clientes. Y aunque el jefe mandaba más órdenes de producción, el operario seguía produciendo sólo lo que era necesario. El consultor interpretó que el operario se estaba volviendo más vago y recomendó aumentar la producción subcontratada.
La misma escena se repitió seis meses después. Y así pasaron varios años. Cada seis meses aumentaba la producción subcontratada. Cuanto más producción se subcontrataba, menos trabajaba el operario. Y la producción total siguió siendo la necesaria para la clientela.
Nunca el consultor mostró interés en entender la perspectiva del operario. Nunca el consultor pensó en subcontratar menos y en reducir las órdenes de producción hasta lo necesario. Así que, con los años, el operario se acostumbró a trabajar cada vez menos.
Bienvenidos a la metáfora de mi cuerpo. Mi hipotálamo (el jefe) envía TSH o tirotropina (órdenes de trabajo) a mi glándula tiroides (el operario). El médico endocrino (el consultor) observa que el nivel de TSH en mi sangre es mayor de lo normal, diagnostica hipotiroidismo subclínico (vagancia) y me receta levotiroxina de sodio (empresa subcontratada). «Subclínico» significa que nunca he padecido síntomas de hipotiroidismo, que la producción siempre ha sido suficiente.
Cada día, junto con mi pastilla de levotiroxina de sodio, me trago lo que el médico me dice. Pero no puedo evitar dudar. ¿Por qué no esperar a que la producción sea insuficiente antes de tildar al operario de vago? ¿Por qué subcontratar sin hablar primero con el operario? ¿Quién puede creer que subcontratando a otra empresa el operario se volverá menos vago? ¿No será que cuanta más medicación tomo, más razones doy a mi tiroides para trabajar menos?
Yo no soy médico y este post no es una descripción precisa de lo que pasa en mi cuerpo. Este post es una descripción de lo que siento. Espero que alguien lo entienda.